martes, 15 de mayo de 2012

Kanchanaburi

Después de ocho días aquí en Bangkok, necesito moverme un poco. Han sido días de burocracia, intentando hacer todas las cosas bien, siguiendo todos los pasos aconsejados por viajeros expertos y asociaciones de conductores. Por el momento, aún estoy esperando la visa para entrar en India. Sobre el carné de pasaje, nadie parece poder decirme nada. Según algunos debo tramitarlo en España, a través del RACE. Según el RACE debo hacerlo en Tailandia. Otros aventureros dicen que simplemente no existe semejante carné en Asia. El permiso de conducir internacional parece ser que si es posible. Debo mandar copia de mis documentos a Barcelona, y mi representante allí se encargará de tramitarlo. Va a ser extremadamente lento, pero si alguna cosa tengo ahora es tiempo. 


Por lo demás voy haciendo pequeñas reparaciones a Roxana y familiarizándome con su mecánica. Las mayor parte de las empresas de cargo que he consultado para llevar la moto a Calcuta ni tan siquiera me contestan y las que lo hacen piden precios exorbitantes. Espero con ansia la respuesta del amigo Tomàs, mandándome el nombre de la compañía que ellos usaron hace ya unos cuatro o cinco años.


Vanessa ha venido a visitarme, con lo que sin duda se me hace más agradable la espera en Bangkok. Al cabo de unos días y coincidiendo con su aniversario decidimos salir a la carretera. Nos encaminamos hacia Kanchanaburi, en el extremo occidental del país, tocando a la frontera birmana.
Como no, la peor parte es la salida de Bangkok. Nos equivocamos de carretera y descubrimos que en Tailandia las motocicletas, por alta que sea su cilindrada no pueden circular por las autovías. La lección nos cuesta quinientos baths, en forma de soborno policial. Es el primero que pago desde que llegué aquí y aunque me parece un abuso, prefiero verlo como una experiencia más.
El universo en su danza cósmica nunca deja de mostrarnos los opuestos y la variedad de su interminable baraja y unos kilómetros más adelante nos encontramos al policía bueno, que nos rescata del enjambre de circunvalaciones y nos encamina en la dirección correcta. Al menos es lo que él cree. Al final volvemos a entrar a Bangkok, llevamos casi dos horas de camino, cerca de 80 kilómetros y aún no hemos conseguido salir de la ciudad. El calor y el humo es asfixiante. Ante tamaña contrariedad, decidimos cortar por lo sano y encaminarnos hacia Pet Kasem, que es la calle por la que entré una semana antes. La encontramos y decidimos seguirla hasta el final. Afortunadamente, nos saca de la ciudad y de la provincia, acercándonos un poco hasta nuestro destino.


Después de viajar durante casi tres horas, cruzamos otro límite provincial. La lluvia nos sorprende un poco antes de llegar. Lo que al principio era un alivio, pronto se convierte en un desafío más, que me sirve para comprobar como se comporta Roxana sobre mojado. La tormenta arrecia por lo que parammos tomar un batido en un pequeño bar de carretera, a unos 25 kilómetros de Kanchanaburi. Comprobamos una vez más que nadie habla inglés. Conseguimos entendernos con el matrimonio de mediana edad que regenta el establecimiento, entre sonrisas y signos. Mientras esperamos que pase la lluvia observamos la armoniosa cotidianidad de los lugareños y nos contagiamos de su buen humor.






Llegamos a Kanchanaburi ya caída la noche, sobre las 19:15 horas y encontramos un bungalow con cobertizo incluido para dejar la moto por sólo 200 baths, un poco más de cuatro euros. Nos duchamos, sacando una capa de hollín negro de la cara y salimos a comer algo. Nos duele todo el cuerpo, pero la frescor de la noche y el aire limpio actúan como un revitalizante y nos animan a pasear. Después de cenar, tomamos un par de cervezas mientras escuchamos a un entristecido guitarrista que hace versiones de temas conocidos. Finalmente caemos rendidos de sueño.


Al día siguiente nos levantamos cansados. Después de desayunar en el bar del hotel, nos disponemos a salir. Purgo los frenos de Roxana, después de rellenar los dos depósitos y nos dirigimos al Centro de Información Turística, pues en el hotel no han sabido indicarnos la dirección a seguir. Durante el trayecto descubro que el freno trasero funciona peor que antes, sin duda necesita ser purgado otra vez. Cómo es un poco tarde decido hacerlo a la vuelta, no queremos perder más tiempo. En la oficina turística descubrimos que la cascada grande se encuentra a unos 65 kilómetros, o sea que debemos darnos prisa si queremos aprovechar el día.
Mirando el mapa nos espera otra grata sorpresa; ¡El mítico puente sobre el rió Kwai se halla a sólo 6 kilómetros en la misma dirección! Decidimos hacer una excepción y parar a tomar unas fotografías. Como no podía ser de otra manera, el sitio se ha convertido es un reclamo turístico y aunque acerco a Roxana lo más que puedo al puente, me resulta imposible cruzarlo montado en ella.


El mítico puente sobre el rio
Roxana en el rio Kwai


























Proseguimos nuestro camino, que resulta ser más largo y tortuoso de lo que creímos. Al final, dos horas después llegamos a Erawen National Park. Pagamos 200 baths cada uno y 20 por la moto.
No quiero indignarme comentando la diferencia de precio existente entre locales y farangs. Para nuestra sorpresa, el parque cierra las puertas en poco más de dos horas, así que sin perder tiempo, nos dirigimos hacia el río. Desde el aparcamiento debemos andar casi quince minutos cuesta arriba pero la recompensa vale la pena, después de mucho tiempo conseguimos sumergimos en agua helada.
Las cascadas de Kanchanabury son mucho más grandes que las de Hua Hin, sus badenes llegan a cubrirte tranquilamente y se puede nadar en ellos. El agua está un poco más sucia y huele un poco, aunque es perfectamente soportable. Sus carpas no son tan inofensivas, quizás porqué aquí nadie compra bolsitas de comida para alimentarlas, así que cuando te acercas a la orilla te mordisquean el cuerpo, provocando los gritos y las risas de los atacados. 


El paraje es espectacular, el sitio fresco y armonioso, cuesta entender que siendo un parque nacional la gente tiré botellas y colillas por cualquier lugar. Ya hace muchos años que me percaté que los asiáticos no poseen ningún tipo de consciencia ecológica. Lo que antes me indignaba ahora me parece comprensible. Esta gente ha arrojado todos sus desechos al río durante milenios. Ahora que estos han dejado de ser orgánicos porqué los occidentales les vendimos las virtudes del plástico, simplemente siguen haciendo lo mismo que sus antepasados. Me congratulo de la suerte que tenemos al disfrutar de su hermosura, sabiendo que en pocos años la gran mayor parte de estos espacios habrán desaparecido.




Erawan waterfalls


Después de gozar al máximo del río y sus cascadas, nos disponemos a volver. Discutimos sobre si regresar de un tirón a la capital o hacer noche en el camino. Decidimos verlo sobre la marcha. Salimos al caer el sol, después de reparar el freno. Sería una locura aventurarse más allá de Kanchanaburi sin freno trasero. La primera hora y media de trayecto discurre en una calma y armonía imperturbables. La belleza del paisaje, sus árboles y sus montañas ganan con la luz del crepúsculo. Casi sin darnos cuenta nos encontramos a 100 kilómetros de Bangkok, así que después de repostar decidimos seguir. Son las ocho de la noche, así que definitivamente podemos cenar en la capital. Un poco más adelante me percato de que las luces de cruce se han fundido, así que debemos seguir con las largas. En éste país no es un inconveniente pues resulta habitual que muchos vehículos circulen con ellas sin ningún tipo de problema. A 50 kilómetros de Bangkok, su locura se hace patente. La carretera de desdobla, seis carriles, dos de ellos llenos de camiones, que se adelantan unos a otros como si fueran motos, soltando parte de su carga de tierra en la calzada. Los demás vehículos hacen lo propio, a velocidades de vértigo. Sin querer me contagio de su locura, como dice Vanessa, aquí somos carne de cañón y cuando antes lleguemos a casa mejor. Nos adentramos finalmente en la ciudad, aspirando una bocanada de aire caldeado e irrespirable. Aquí la locura se incrementa, en lugar de disminuir. Afortunadamente, conozco ya esta entrada y en poco más de cuarenta y cinco minutos estamos en Khaosan. Dejamos la moto, nos duchamos y vamos a cenar. Estamos reventados, han sido más de 500 kilómetros en dos días, pero ha valido la pena.

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