domingo, 28 de octubre de 2012

Intervalo Nepalí

Tierra mágica por excelencia, de lagos gélidos y inalcanzables montañas, de gentes amables moldeadas por su geografía, de valientes guerreros Gurkha y hermosas muchachas. Así es Nepal, un lugar donde se conjuga el calor tropical con el frío ártico, donde la tierra toca el cielo y éste lo agradece mandándole sus más sagradas bendiciones. 





Una vez descartada la posibilidad de obtener la moto me propuse recuperar el resto del equipaje que mandé en el mismo contenedor. Las gestiones con Costums para liberar los efectos personales iban a demorarse un par de semanas más y permanecer en Calcuta todo ese tiempo amenazaba mi integridad física y moral. Así que sin pensarlo demasiado y con intención de aprovechar la doble entrada del visado indio, decidí visitar a Charly y a Shueri que se encontraban en Kathmandu.




Indian Railways


El viaje en tren desde Calcuta a la ciudad fronteriza de Raxaul dura unas dieciocho o diecinueve horas. Una vez allí hay que tomar un bici-rickshaw o un carro tirado por un escuchimizado y castigado caballo. Como sucede en todas las estaciones y puntos de llegada los lugareños tratan de aprovecharse con las tarifas, pidiendo casi lo mismo que cuesta el billete de tren, unas 300 rupias indias. Después de negociar y bajarme de unos cuantos de ellos consigo que me lleven por 50 hasta la frontera nepalí donde aprendo que hay que llegar con unos 20 dólares para pagar el visado. Los billetes de 500 y 1000 rupias indias resultan muy difíciles de cambiar en Nepal y “casualmente” los mismos oficiales se ofrecen a hacerlo. En su defensa hay que decir que el cambio se adapta bastante a los precios ofrecidos por los bancos. 


Las amadas banderitas otra vez


50 rupias más hasta el lugar donde salen los autobuses y todoterrenos que conducen a la capital. Las ciudades fronterizas de ambos lados se asemejan mucho a las apocalípticas películas de Mad Max; Nada por aquí, nada por allí... Tan sólo una larga e interminable carretera secundada por barracas tamizadas del polvo que levantan los camiones al atravesarla a toda velocidad. 

El precio del viaje se dispara hasta las 400 rupias, pero como consigo constatar más tarde es el mismo para locales y forasteros. Me monto en un 4x4, pues los autobuses no salen hasta la noche, cuestan lo mismo y tardan más. 
Al cabo de poco empiezo a vislumbrar la tremenda belleza de este país que se extiende en las mismísimas faldas del Himalaia. El trayecto es largo y penoso, unas cinco horas circulando por carreteras que en Europa no pasarían de simples comarcales. Lo mejor resultan sus sobrecogedores paisajes. 



Rice fields


Hacia media tarde llegamos a Kathmandu, que se extiende por un grandioso valle, en medio de una nube de particulas en suspensión. La ciudad en si es más moderna y cosmopolita que cualquier capital india. El calor es más del que esperaba, pero no resulta tan sofocante como en Calcuta. Los turistas parecen más relajados y sus gentes más abiertas.

La exasperante presión ejercida sobre las mujeres en los países vecinos parece no existir aquí y las nepalís visten de manera moderna y desenfadada. Un taxi me conduce a Freak street que es donde se hospeda Charly por unas 250 rupias nepalis, lo que viene a ser 2 euros con 50. ¡Bienvenido a una nueva realidad! Los taxis en Nepal son mucho más caros que en India. Aquí no hay ningún taxímetro que funcione y el estado no regula los abusos de sus conductores. Con lo bien que había aprendido a viajar en Calcuta a precio local...



Atardecer en Kathmandu


El plan Haussmann llega a Nepal

Freak street es una calle muy frecuentada, plagada de antiguos y hermosos templos de madera. No se trata del centro turístico de por sí, si no que queda un poco apartado. 


Durbar Square

Consigo una habitación espectacular por 700 rupias, con la mejor cama en meses, baño aparte, y otra pequeña pieza con escritorio. 
Al cabo de un par de horas bajo a encontrarme con Charly, un poco entonado por la botella de cerveza local que subí a la habitación.  Y... ¡Sorpresa! Me encuentro cara a cara con Pablo! Pablo es un chico de Madrid que conocí en Calcuta, donde compartíamos hotel y alguna que otra salida nocturna. Es un tipo jovial que conoce todos y cada uno de los trucos para el regateo y la supervivencia allí donde esté. Charlamos animadamente durante unos minutos y prosigo mi camino después de prometerle vernos de nuevo. 
Llego hasta la plaza y allí están mis amigos. Me alegra mucho volver a verles después de casi 3 meses. Charly es un argentino con el que viví en el Raval de Barcelona, y en gran medida instigador del apasionante viaje que estoy viviendo. Fue también mi primer profesor de guitarra y nos une el gusto y el placer por la escritura. Me cuenta que estando en Pokhara entaron en su habitación y se llevaron todos sus documentos, dinero y el portatil... se encuentra ahora en una especie de limbo legal, a la espera de que la embajada le expida un salvoconducto para entrar en India, recoger su nuevo pasaporte y volar a Bangkok donde ha encontrado un trabajo de profesor de inglés. ¿Qué decir de Shueri? Su eterna sonrisa, su habilidad para caer bien a todo el mundo y la calma que transmite. Es simplemente adorable...

Con ellos disfruto de mi primera velada nepalí, entre el roll de huevo, la cerveza Everest y algún que otro cigarrillo de la risa.

Al día siguiente decido mudarme a Thamel, con Shueri y sus amigos. Encontramos un hotel apartado del centro neurálgico donde las habitaciones dobles cuestan sólo 400 rupias. La familia que lo regenta son muy buena gente y gozamos casi con exclusividad de todas sus instalaciones, entre ellas un maravilloso jardín donde retomo con placer mi antigua afición por la artesanía. 


4:20 Party in Kathmandu


Pasan los días, entre paseos y visitas a la embajada, hasta que poco a poco todos van solventando sus problemas y abandonan Nepal. Al final nos encontramos Shueri y yo y me invita a conocer su hogar de Pokhara. Cogemos un autobús esa misma tarde y tras siete horas de tortuoso camino llegamos a la mítica ciudad que se encuentra a los pies del lago Fewa.


Interior del autobús
Pokhara es excepcional, así como el apartamento de Shueri, que se encuentra enfrente del mismísimo lago. 


Fewa Lake

Balcony

Pasamos unos días entrañables, de calma, de baños en el río... hasta nos atrevemos con el lago principal, desoyendo las advertencias de los locales. No en vano estoy acompañado de una instructora de buceo.



Tras el baño en Fewa Lake

La tentación de alquilar una motocicleta es demasiado fuerte y al fin sucumbo a ella. Lamentablemente no es una bullet, pues su precio dobla el de las motos ordinarias y tengo que conformarme con una Pulsar de carretera. 

Subimos a la Peace Pagoda, en lo alto de una montaña que domina todo el valle y según se dice, en los días de buena visibilidad es posible ver el Annapurna. Me esfuerzo por agudizar mi visión pero no tengo ni idea de en que dirección debemos mirar. Aun así el poder de los Himalayas se hace patente, y no nos deja  indiferentes. 


"Kiddo"  subiendo a la Peace Pagoda


Peace Pagoda

Al día siguiente salimos de nuevo y esta vez y nos adentramos en la carretera que conduce a las fuentes del lago. En pocos minutos se convierte en un camino de cabras, más apto para Roxana que para una moto de carretera.




Sin embargo ella no está conmigo e imitando a los locales cruzo tres riachuelos rezando para no caer ni sufrir percance alguno. 



 
Lo conseguimos y tras dejar atrás varios poblados llegamos al final de la carretera. Ya no hay posibilidad de seguir más allá con la moto así que aprovechando un recodo del río de una profundidad aceptable tomamos un baño en sus gélidas aguas ante las miradas incrédulas de los lugareños. 


Listos para el chapuzón



Si,  nos estamos bañando aquí abajo...


El agua fría nos revitaliza y abre nuestro apetito, haciendonos devorar un estupendo plato de noodles con carne de búfalo en un pequeño restaurante local. El pollo no lo quiero ver ni en pintura... 

De regreso encontramos un par de niños vistiendo karategi. Evidentemente me paro para preguntarles a donde se dirigen. Me comentan que hay una pequeña escuela de Karate en la localidad. Les acompañamos y el director nos invita a entrar,  presentándonos a todos los alumnos mientras nos explica como tira adelante la escuela.  Resulta que prectican Shito ryu, el mismo estilo que entreno en Barcelona. Me enseñan algunas de sus habilidades y practicamos algunos katas. Para finalizar el director me ofrece la posibilidad de regresar algún día a hacer de voluntario en la escuela. 


Hajime!!!





Onegashi Mashita!

Volvemos con la calma y afortunadamente llegamos a Pokhara con la caída de la noche. Es entonces cuando nos damos cuenta que las luces de la moto no funcionan... 





Mis días en Nepal llegan a su fin. La visa expira y debo regresar a Calcuta a ver que sucede con los llamados "efectos personales". Me despido de mis nuevos amigos, Tary, Kiddo, Abdul y todos los demás. Debo coger un bus nocturno hasta la frontera y luego volver por el mismo camino hasta la estación de tren de Raxaul. Será allí donde sufra en mis propias carnes la experiencia de Charly. Algún desalmado aprovecha la confusión y el embotellamiento de la entrada del autobús para sustraerme la cartera. Cuando me doy cuenta es demasiado tarde. Bajo y vuelvo a subir pero no puedo ver nada. Maldigo una y otra vez mi estupidez, normalmente llevo el dinero dividido en dos partes pero esta vez no es así. Shueri ya se ha marchado con el taxi y sólo me quedan 7 rupias indias para todo el viaje. Todo porque un montón de gente que ni siquiera van a viajar suben y bajan del convoy, se sientan en asientos que no les corresponden y se niegan a abandonarlos aún cuando les muestras el billete.
Al fin consigo mi asiento pero me ha costado perder todo el dinero, 900 rupias indias, 750 rupias nepalis y 10 euros. Una pequeña fortuna para el avispado ladrón, una gran jugarreta que me deja sin DNI, Carnet de Conducir y todos mis documentos. Afortunadamente, el billete de tren y el pasaporte iban en otro bolsillo. 

Me resigno a subsistir las 30 horas del viaje con apenas un litro de agua y rezo para que no me pidan dinero alguno en la frontera. 
Tras casi 12 horas de martirio, (los asientos están rotos y continuamente me golpean las rodillas, la espalda y la cabeza) llegamos a la frontera. Quedan 8 kilómetros hasta el puesto de Inmigración. Esta vez miro con resignación a los rickshaws y burro-taxis, sin dinero no me queda otra que andar. 
Camino en el barro por la interminable carretera, sorteando perros y camiones, hundiendome en el barro, ante la mirada curiosa de los locales que empiezan sus abluciones y rituales matutinos antes de que despunte el día. Son las 4:30 de la madrugada y a pesar del inesperado final me marcho de Nepal con un más que agradable sabor de boca. ¡Om Mani Padme Hum!






Fotografías cortesía de Shuhang Lee.

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