martes, 6 de noviembre de 2012

Pormenores y demás


Os contaré lo que pasó.

Al regresar de mi viaje por Nepal me encontré con el rocambolesco escenario que referiré a continuación. El oficial de Costums que durante tanto y tanto tiempo fue para mí cómo una piedra en el zapato, se metamorfoseó en una especie de aliado inesperado, ofreciéndose a darme una garantía bancaria por dos veces el valor, naturalmente relativo, de la moto. 


Costums Kolkata. Vista desde la “Oficina”
                  
El giro kafkiano de la situación no dejó de sorprenderme; Por lo visto les parecía una lástima que después de tres meses y medio de inquebrantable voluntad de hierro, de todo el trabajo que habíamos llevado a cabo con Gautam, me marchara de ese modo. No me dejaban rendirme, no podía soltar aquello que ya no me interesaba, en lo que ya no creía. Contrariado decidí darle a mi amada Roxana una última posibilidad. No en vano había jurado no abandonarla, no dejarla en manos infieles que no supieran amarla, que no la acariciaran con sutileza, que no la trataran como a un simple animal de carga. Roxana se había convertido para mi en una especie de Bucéfalo mecánico, un équido de cuatro tiempos que me había acompañado sentimentalmente durante gran parte del viaje.


La “Oficina” donde he pasado más de cuatro meses
           

Con Gautam, chai and biscuits
                            
El aval bancario fue suficiente para conseguir la firma del High Commissioner Chief de Calcuta. Me lo comunicaron al cabo de dos días. ¡Lo había logrado! ¡Después de cuatro largos y delirantes meses había conseguido sortear la necesidad del Carnet de Passage para reunirme con mi amada! No me lo podía creer... ¡¡¡Hai!!! El grito de victoria de los samurais resonaba de nuevo en mi interior.



“Presidente, vicepresidente” y Gautam
                    
Sin embargo no iba a ser esta una victoria que careciera del lado amargo. Era miércoles, quedaban algunas gestiones por hacer y nos hallábamos demasiado cerca del Durga Puja. Si no conseguía atar esos pequeños detalles antes del fin de semana, gran parte de la ciudad quedaría paralizada durante nueve días. Demasiados para mi. Calculaba que poner la moto a punto y prepararlo todo me iba a llevar un par de días y necesitaba al menos otros cuatro par llegar a Delhi, teniendo en cuenta una media de 300 kilómetros por jornada lo que en India puede llevarte de seis a siete horas, probablemente en una de las conducciones más arriesgadas que existen. Una vez en la capital embarcar la moto y tramitar la visa iraní conlleva de quince a veinte días más. Y mi visado indio exhalaba sus últimos suspiros...

Desafortunadamente no fue suficiente, no me voy a extender en ello. Cualquiera que haya experimentado levemente la burocracia india sabrá el porqué. Y de alguna manera volví a enfadarme. Habíamos ganado y sin embargo la moto y todo el equipaje se quedaban allí.

Pero el enfado duró poco. La victoria técnica y moral eran suficientes, mi capacidad de resistencia se había fortalecido y me sentía de nuevo muy ligado al espíritu del bushido. Puedes ganar o perder, incluso las dos cosas pero lo importante es la resistencia que muestras en la batalla. Esa guerra había terminado para mi, energéticamente me encontraba agotado, vacío e incomprensiblemente relajado.

No me quedaba más que disfrutar de la Puja, gozar del mayor festival de Bengala en esta ciudad que ya es medio mía, que amo, aunque cueste creerlo, que me ha regalado uno de los capítulos más interesantes de mi vida. Si queridos amigos, después de todo lo sucedido me reconcilié con India y sus extrañas y variopintas costumbres.


Adiós Calcuta...
                                          

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