Salgo con dirección a Rimini después de un ligero refrigerio. Mi
intención es almorzar allí, a unos 20 kilómetros de la mitad de la
etapa.
No encuentro ni rastro del carril bici que tan bien me había venido hasta la entrada de Pesaro. Eso sí, la carretera estatal es buena y cada vez me encuentro más ciclistas. Muchos de ellos me miran anonadados, la gran mayoría ni saludan, como ya pude observar en Grecia. Me pregunto si será debido a que la bici y mi indumentaria no es la oficial, o sea parecerse lo más posible a un ciclista profesional que corre el Giro o el Tour de Francia. Tal vez es la simple constatación de la frialdad europea.
Reflexionando sobre el mundo que creamos, las fachadas y las carencias emocionales que todos arrastramos, llego a las puertas de Rimini. Son casi las once de la mañana y me adentro en la ciudad para comer algo de proteína, reponer la botella de agua y comprar algunas barritas de cereales.
No encuentro ni rastro del carril bici que tan bien me había venido hasta la entrada de Pesaro. Eso sí, la carretera estatal es buena y cada vez me encuentro más ciclistas. Muchos de ellos me miran anonadados, la gran mayoría ni saludan, como ya pude observar en Grecia. Me pregunto si será debido a que la bici y mi indumentaria no es la oficial, o sea parecerse lo más posible a un ciclista profesional que corre el Giro o el Tour de Francia. Tal vez es la simple constatación de la frialdad europea.
Reflexionando sobre el mundo que creamos, las fachadas y las carencias emocionales que todos arrastramos, llego a las puertas de Rimini. Son casi las once de la mañana y me adentro en la ciudad para comer algo de proteína, reponer la botella de agua y comprar algunas barritas de cereales.
Nada que
destacar de mi breve estancia, la comida cara y el servicio frío. Los
parroquianos del bar y la propia camarera me observan como si acabara de emergir de las fosa abisales, sensación que ira in crescendo a medida que me
acerco al pulcro y civilizado norte.
Así que sin
más demora vuelvo a la carretera, estas gentes europeas parecen
demasiado ocupadas en cosas realmente importantes para perder el tiempo con un flaneur asalvajado.
Va pasando el día y me adentro cada vez más en la antigua Via Emilia, sorteando el frío lo mejor que puedo.
He de agradecer, sin embargo, que las gentes civilizadas no tengan esa malsana costrumbre de dejar a sus perros sueltos. El mal recuerdo turco-griego no sería más que eso si no fuera porque la bici nunca más ha vuelto a funcionar bien.
Avanzo rápido hasta la hora de comer, Castrocaro se encuentra un poco desviado de la ruta principal que conduce a Boloña y por lo tanto no hay más opción que la carretera. Me recomiendo a mi mismo no estar allí cuando el sol se oculte, bajo amenaza de congelación.
Va pasando el día y me adentro cada vez más en la antigua Via Emilia, sorteando el frío lo mejor que puedo.
He de agradecer, sin embargo, que las gentes civilizadas no tengan esa malsana costrumbre de dejar a sus perros sueltos. El mal recuerdo turco-griego no sería más que eso si no fuera porque la bici nunca más ha vuelto a funcionar bien.
Avanzo rápido hasta la hora de comer, Castrocaro se encuentra un poco desviado de la ruta principal que conduce a Boloña y por lo tanto no hay más opción que la carretera. Me recomiendo a mi mismo no estar allí cuando el sol se oculte, bajo amenaza de congelación.
Un plato de
rissoto y algo de pescado, amenizado con un vaso de cerveza me
dejan como nuevo a tan sólo 28 kilómetros de la meta. Eso dice un atento carabinieri, que se mira la bici sorprendido y me desea buena
suerte. Voy bien pero debo apurarme, en menos de dos horas va a empezar a
oscurecer.
Son un poco
más de las cinco de la tarde cuando llego al desvío que me aleja de
la ruta hacia Boloña y debo dirigirme hacia Florencia. Son tan solo
12 kilómetros, pero fastidia pensar que mañana deberé volver sobre mis pasos porque no
hay otra combinación posible.
Atravesando pueblitos, decido arriegar y pararme en un pequeño y hermoso cementerio
local y por unos minutos me dedico a repasar los nombres y los
años que figuran en las lápidas. Es increíble la cantidad de
información que proporcionan los camposantos: movimientos
migratorios, fenómenos bélicos, despoblación rural...
Un día más me quedaré sentado aquí... |
Sin
demorarme demasiado prosigo mi camino. El sol va cayendo detrás
de las montañas y un solitario termómetro marca la friolera de...
¡4 grados centígrados!
Frío en la campiña italiana |
Cae la noche |
Bendigo a Francesca, al forro polar y a las mallas de supermercado. Cuando por fin llego a Castrocaro son las 6 de la tarde. Parece ser que el municipio es famoso por sus recintos termales, entre los que se cuenta el Grand Hotel Terme, construido por el mismísimo Duce, que nació en el pueblo de al lado. El recinto cuenta con una habitación que se llama Mussolini room, la cual se encuentra tal y como estaba cuando Don Benito la visitaba. El diseño racionalista, obra de Tito Chini, me parece de un gusto más que dudoso, pero tengo que confesar que si tuviera el dinero necesario me hospedaría tan sólo una noche para tratar de contactar con el espíritu del susodicho.
Volviendo
al mundo de los vivos, intento llegar al punto
de encuentro que acordamos con Alessandro, el chico que va a
hospedarme en Castrocaro, pero desisto rápidamente. La cuesta arriba
que conduce al castillo es demasiado empinada.
Casco antiguo de Castrocaro |
Me instalo en uno de los pocos bares del pueblo para tomar un te y
buscar un teléfono. La camarera, una chica bastante simpática,
visto lo visto, me dice que en todo el pueblo solamente hay un teléfono
público, que resulta ser una cabina que no funciona. Regreso al bar
un poco desanimado y mientras me bebo la infusión le pregunto si me
dejaría llamar de su teléfono. Parece ser que no lo lleva encima y
cómo es su primer día de trabajo no se atreve a dejarme llamar con
el fijo del bar. Más tarde entenderé el porque, su jefe es un auténtico
amargado, que se encarga de hacerme ver bien claro que ni le gusto yo,
ni mi bici que está en la puerta.
Afortunadamente
uno de los clientes me deja hacer una llamada y consigo hablar con mi benefactor, que va a salir tarde del trabajo y me pide que le espere en el bar
sin moverme. Alessandro se demora demasiado y aunque nunca me ha
sucedido antes, la posibilidad de que no aparezca me tiene un poco
angustiado. Esta sensación se acrecienta cuando desde la barra me
dicen que van a cerrar en menos de media hora. No hay plan B, tan
sólo pedalear durante toda la noche para no congelarme, no tengo
posibilidad ninguna de encontrar ninguna habitación por menos de 100
euros la noche.
Mientras voy haciéndome la idea, un coche aparca frente al bar y toca la bocina. Salgo como un rayo y resulta ser él. Bendigo mi suerte y a todos los dioses del panteón latino y entro otra vez para recoger todo mi equipaje.
Mientras voy haciéndome la idea, un coche aparca frente al bar y toca la bocina. Salgo como un rayo y resulta ser él. Bendigo mi suerte y a todos los dioses del panteón latino y entro otra vez para recoger todo mi equipaje.
El coche de
Alessandro es pequeño pero metemos en él parte de las bolsas y la
guitarra. Su casa se halla en el punto más elevado de la fortaleza,
junto a la torre del reloj. Me toma casi un cuarto de hora de pura
cuesta arriba llegar hasta allí. Es un último esfuerzo antes de
tomar una merecida ducha.
Una vez allí
contemplo el paisaje nocturno, la belleza es tan extrema como el
frío. Metemos la bici en un pequeño taller que tiene debajo de su
vivienda y subimos hasta la casa.
Muy bonita, antigua, acondicionada por
su padre, que la compró antes de la restauracion del nucleo antiguo a muy buen precio. Repito, muy bonita, pero una auténtica nevera.
Mientras me doy una ducha prepara un buen plato de pasta que
degustamos con un impresionante vino de la región. Charlamos
animadamente, me cuenta que Castrocaro forma parte del Comune de
Terra del Sole, que surgió a partir de la fortaleza edificada por
Cosimo
I de Medici, sobre lo que era la antigua ciudad
de Solona.
En la
actualidad, la región se dedica a las explotaciones agrícolas y
según dice mi anfitrión, los días de mucho viento toda la comarca
huele a purines de pollo. Este tipo de comentarios me hacen sentir como en casa.
Cuando por
fin se acuesta, me quedo trabajando un rato en el diario y ordenando
fotos hasta que caigo rendido. Alessandro se levanta a las 6:30 para
ir a trabajar. Siendo extremadamente generoso por su parte, me dice que puedo estar allí hasta
que yo quiera mientras. Es alucinante como a veces
confiamos más en un auténtico desconocido que en la gente que
tratamos día a día. Alessandro es una buena persona. Viendo mi
equipaje y mi medio de transporte tiene claro que es imposible que me
lleve algo de valor y pudiera huir muy lejos...
Duermo hasta
las 7:45 y me tomo un café con tostadas por la mañana. He de
confesar que nunca me ha gustado el café y menos solo, pero sería
pecado cruzar Italia sin tomar café. Mientras degusto el fantástico elixir me asomo por la ventana. La luz diurna deja ver aquello que ocultaba el manto de la noche.
Castrocaro y la torre del reloj |
Mi montura desde las alturas |
Listo para la batalla |
Preparo todo y parto tranquilamente, esta vez son tan solo 85 kilómetros y mi ánimo se ha levantado, aunque ni tan siquiera tengo hospedaje seguro en Boloña, siempre me sentí atraido por la Ciudad Roja, La docta Bologna.
Aunque el
principio es bueno, el frío aprieta más que el día anterior y
aproximadamente hacia la mitad del camino el sol desaparece tras unas
amenazantes nubes. Sin pensarlo dos veces, me dirijo hacia la estación
de la localidad más cercana, antes de la mítica población de
Imola. Compro un ticket en el trenno y me subo de nuevo al
caballo de hierro. Lo oportuno de la decisión se revelará unas
horas después.
De momento
centrémonos en Boloña. Llego hacia las tres de la tarde, y en la
estación compruebo una vez más mi teoría norteña. Con el tren aún
en marcha contemplo como la gente se agolpa en las puertas y no hacen
cara de dejarme bajar si no me lo tomo en serio. Me coloco en
posición, la bici pesa mucho y es grande, o sea que parece de cajón
que salga yo antes de que entren ellos.
Sin embargo,
una chica con mucha prisa intenta entrar mientras desciendo las
escaleras. Obviamente es imposible. Titubeo durante unos instantes y
varios pasajeros más se lanzan a subir. Sintiéndolo mucho
reacciono, no puedo dudar... Los otros se han dado cuenta y ya han desistido. Hay un
pequeño forcejeo y al final, golpeo a la chica con la bicicleta.
Una vez
sobre el pavimento, me doy cuenta de donde me he metido. La estación
de Bologna Centrale es una de las más grandes de Europa y registra
una actividad frenética a cualquier hora del día.
Salgo como
puedo, o me dejan y doy un paseo hasta el centro, donde busco un
lugar para comer.
Porta Galliera |
La verdadera pasión boloñesa |
En menos de dos minutos ya me doy cuenta de la pulsión de la ciudad. Boloña es muchas cosas, la universidad, el arte, etc, pero por encima de todo, Boloña es sus tremendos e inacabables pórticos... Perdonad la cursilería pero, quién pasara una hermosa y florida primavera, quién se enamorara y besara resguardándose de un repentino aguacero de verano...
El pálido desteñir de un desamor |
Columna y bicicletas |
Oasis espacial entre tanto fuste |
Confidencias ocre oscuro |
Camino bajo ellos sin cansarme, recreando toda clase de historias y anhelos imaginarios, rodeando el Palazzo Comunale, tambien llamado Accursio, que es inmenso, hasta su magnífica fachada del siglo XV coronada por la escultura de bronze Gregorio XIII. En la plaza colindante, llamada Neptuno, aparece la escultura del díos desafiante, en una fantástica obra del gran Giambologna, encargada por el cardenal Borromeo.
Fuente de Neptuno |
Por detrás se deja ver el Palazzo Re Enzo, construido como una ampliación del Palazzo del Podestà, ámbos del siglo XIII.
Enfrente encontramos la Sala Borsa, adyacente al Palazzo Comunale, que es ahora es una impresionante biblioteca. Mientras me fumo un cigarrillo en sus escaleras veo como unos activistas montan una acción a favor de los animales.
No al maltrato sardinil |
Vuelvo sobre mis pasos y regreso a la Piazza Magiore, para ver con más detalle San Petronio y los palacios que la circundan, el Palazzo dei Banchi y el Palazzo dei Notai.
Piazza Maggiore |
Basílica de San Petronio |
Paseándome por la plaza, me dejo llevar hasta la via Rizzoli y la bajo hasta llegar a las imponentes Garisenda y Asinelli. Así es como debía ser Italia durante el quattrocento y el cinquecento.
Busco un bar
con wifi, donde tomar un vaso de vino tinto y conectarme a internet
para ver si algún couch ha respondido a mi petición.
Entro un pub inglés en el cual puedo satisfacer mis dos necesidades. Para colmo de los placeres mundanos, en un estanco cercano encontré american spirit, mi antigua marca de tabaco. ¡Hacía casi un año que no lo fumaba!
Entro un pub inglés en el cual puedo satisfacer mis dos necesidades. Para colmo de los placeres mundanos, en un estanco cercano encontré american spirit, mi antigua marca de tabaco. ¡Hacía casi un año que no lo fumaba!
Mientras
trabajo en el blog recibo la invitación de otro Alessandro, un tío
que vive en Boloña y se dedica al arte dramático. Quedamos en la
estación sobre las 8:30 horas de la tarde. Cuando dejo el pub,
ocurre aquello que se venía viendo desde hacía días. La débil
lluvia se convierte en nieve, que va cayendo con la elegancia que
requiere nevar en Italia.
El frío es
acojonante, y una vez en el sitio de encuentro me veo obligado a tomar un capuccino y
después un te con menta, mientras espero y espero. Estos Alessandros son gente muy ocupada.
Compás de espera rojo teja |
Finalmente llega Alessandro II, su coche también es pequeño y vuelvo a repetir la misma técnica; maletas dentro y pedaleo mientras el agua nieve va calando el enorme abrigo del hermano de Sezen. Al cabo de quince o veinte minutos llegamos a su casa. Vive justo en frente del estadio del Bologna Football Club.
El piso es bonito pero viejo y mejor no comentar nada de la temperatura del baño. Me ducho como puedo, rollo gato, y mientras comemos pasta, para variar, me cuenta que trabaja todos los días del año desde la mañana a la noche. Por lo visto ha fundado su propia compañía de teatro, junto a unos compañeros y esa es la razón por la cual debe dedicarle tantas horas. Me deja las llaves del piso y me dice que el día después llegará sobre las once de la noche. Me acuesto reventado y duermo como un auténtico rey, sin ningún tipo de preocupación.
Sabado, 8 de
Diciembre del 2012. Hace una semana que crucé el Adriático y aquí
estoy, con un apartamento para mi solo, en medio de la península
itálica. Abro la ventana, para que la luz inunde la habitación y me
golpeé la cara y de repente quedo completamente anonadado. ¡¡El
manto blanco lo cubre absolutamente todo!! Los árboles, los coches,
los tejados, ¡incluso las bicicletas!
Resulta completamente imposible sacar la bici y pedalear hasta el
centro.
Decido
quedarme en casa por la mañana y empiezo a desarrollar la maqueta de
lo que espero que algún día, sea mi primer cómic. Se trata de un
capítulo piloto de corte tarantiniano, con coches, pistolas y
clubes de carretera aderezados con neones. El personaje es un
caza-recompensas que tiene su propio concepto de la justicia y
moralidad. Su aparente equilibrio emocional se verá comprometido a
medida que la situación se torne más y más compleja. Sin darme
cuenta me pasa casi todo el día.
Por la tarde
vuelvo al centro. Debo cerrar el hospedaje en Parma, mi siguiente
destino. La meteorología no está como para pasar noches a la
intemperie. De nuevo ando y desando la ciudad.
Es sábado y hordas de estudiantes toman las calles. En un bar cercano al que estuve el día anterior, conozco a Mario y a Silvio, unos tíos muy enrollado con los que acabo bebiendo cervezas mientras vemos el Roma-Fiorentina. El partido es disputado, nada de catenaccio, y paso una agradable velada. El último que vi fue Galatasaray-noseque, en Istanbul.
Tras la estela de Virgilio |
Es sábado y hordas de estudiantes toman las calles. En un bar cercano al que estuve el día anterior, conozco a Mario y a Silvio, unos tíos muy enrollado con los que acabo bebiendo cervezas mientras vemos el Roma-Fiorentina. El partido es disputado, nada de catenaccio, y paso una agradable velada. El último que vi fue Galatasaray-noseque, en Istanbul.
Regresar a
casa de Alessandro II me toma casi dos horas. Parece ser que los
autobuses diurnos terminan a las once de la noche y por unos pocos
minutos me he pasado del tiempo límite. Gajes del forastero. Eso me
obliga a esperar 45 minutos en la calle a 0 grados, hasta que pasa un
nocturno que me pasea por media ciudad para acabar dejándome delante del estadio.
¡Bufff! Misión cumplida, espero no volverme a acatarrar, ya no
tengo tiempo para ello si quiero pasar las navidades en casa...
El domingo
amanece completamente soleado, pero la nieve parece que ha quedado
adherida al paisaje. Decido pasar el día por los alrededores,
llegarme al mercado local en busca de unos nuevos guantes y hacer algunas compras.
Por el barrio |
Evidentemente, el estadio también tiene pórticos |
Doy la vuelta al estadio Renato Dall' Ara. De alguna manera me siento como en casa, pues el Bologna no sólo viste los mismos colores que el Barça, si no que la cruz de Sant Jordi es también el escudo de la ciudad
Entrada principal |
Después del paseo me siento a comer en un marroquí, para descansar de tanta pasta.
Ya en casa, veo que Alessandro II ha llegado pronto, quizás por ser domingo se han concedido media jornada de fiesta. Me pide que le haga una lectura de Tarot, a lo que me presto con ilusión, últimamente no practico mucho y es una manera de corresponder a los amigos que me hospedan.
Me despido de él, deseándole lo mejor en su lucha, y me acuesto rezándole a la nieve que se funda y facilite mi camino hasta mi nuevo destino, Parma. ¡¡Os veo allí!!