Finalmente
llega el día, es lunes y hoy digo adiós a Roxana. Tengo que
confesar que se me va a hacer extraño no verla ni conducirla durante
un mes. Vanessa volvió ayer a Koh Tao en lo que fue otra sentida
despedida, una pequeña muerte más en el camino hacia uno mismo.
Por lo que
se refiere a mi, volaré hacia Bangladesh al día siguiente.
Toca
madrugar, he quedado con los chicos de Thompson a las 9 de la mañana.
A esa hora el calor ya aprieta en Bangkok como si fuera mediodía,
además de ser hora punta, convirtiendo el tráfico en una auténtica
locura. Salgo con tiempo y por el camino encuentro un par de tiendas
de recambios dónde consigo comprar unas cámaras de repuesto. Poco a
poco voy haciéndome con todo lo necesario para completar un pequeño
kit de reparación.
Una vez en
Thompson toca vaciar la moto de combustible, cosa que ya suponía,
pero lo que no imaginé era que había que sacar también el aceite.
Justo un par de días antes compré una garrafa entera y se lo
cambié, pensando que me quedaba tranquilo durante los próximos
10.000 kilómetros. Bien, que le vamos a hacer...
Desmonto el
portaequipajes y les pregunto si quieren sacar el manillar y la rueda
delantera. Me comentan que no, que no hace falta porqué no ganaremos
mucho y cerraremos la caja en dos metros cúbicos. Respiro más
tranquilo, no había manera de meterla en un metro así que puestos a
pagar, prefiero dejar la rueda y el manillar para evitar problemas.
Les dejo
trabajando en la caja, pues ya no puedo hacer mucho más y me dirijo
a un mercado de herramientas que me han aconsejado. Debo comprar todo
lo necesario y volver antes de que la cierren. De otra manera tendría
que llevarlo conmigo a Bangladesh, dónde me dirigiré en avión para
hacer las camisetas.
Después de
perderme durante un par de horas por la ciudad, encuentro el ansiado
mercado.
¡Es como si
se tratara de un sueño hecho realidad! Durante días había
intentado comprar un montón de cosas sin encontrarlas, volviéndome
loco, sin conseguir entenderme con los locales...
Aquí está
todo; La bomba de aire, el cable del gas, el del embrague, tornillos
y tuercas de repuesto, llaves fijas... Todo lo que Roxana puede
necesitar durante el trayecto.
Como un
desconocido y sabroso curry blanco y después de volver al hotel a
descansar un poco regreso a Petchaburi road.
Encuentro a
Roxana completamente empaquetada, enjaulada como si se tratará de
una fiera indomable y no puedo evitar pensar en los caballos mongoles, a lomos de los cuales Gengis Khan y su ejercito
conquistaron medio mundo.
Colocamos
los bultos que quedan y me dispongo a pagar. Una vez más llega la
sorpresa. Con ya todo hecho me dicen que en lugar de dos metros
cúbicos, la caja hace casi tres. Les comento que el precio estaba
fijado y que por eso acepté. Además no llevo más dinero que el que
me habían presupuestado. Después de negociar durante un rato, la
mujer se aviene a hacerme un descuento, especial según ella. Al
final la factura sólo sube 580 Baths más, lo que vienen a ser 11
Euros. Los pago gustoso, a sabiendas de que sin su mediación hubiera
sido imposible realizar la gestión. La siguiente sorpresa es que no
puedo dejar la ciudad como mínimo hasta el jueves, por si las
autoridades portuarias reclamaran mi presencia y tuviera que
mostrarles la documentación.
Vuelvo a
Khaosan para cambiar el billete, viéndolo como un mal menor, un
tiempo extra en la ciudad me servirá para vender más pegatinas y
difundir el proyecto.
Paso unos
días relajados, haciendo mi nuevo trabajo por las tardes y
entrenando otra vez por las mañanas. Volver al karate me da fuerza
mental y un mayor vigor físico. Además paso muy buenos ratos con
Rocío, Rainny y todos sus amigos, a quienes conocí hace apenas unos
días. Rocío es una chica tailandesa que estudió español en la
universidad. Trabaja de guía turística para hispanohablantes y en
ella descubro una gran amante de todo lo relacionado con México.
Pero nada
dura eternamente y la policía acaba vetando mi pequeño puestecito
así como el del resto de los compañeros que venden artesanía,
parece ser que debido a las quejas de algunos comercios adyacentes.
Es una verdadera pena, pues se había forjado un grupo bonito de
gente con los que intercambiar conocimientos, sensaciones y sueños.
El día
antes de partir me entero que Oscar, el contacto que me pasó Anna en
Bangladesh, ha tenido que salir para Hong Kong. No regresará hasta
el 29, así que toca cambiar el vuelo otra vez... Parece ser que
alguna fuerza misteriosa no me deja abandonar Bangkok.
Decido
variar mi rutina debido a que por las tardes ya no puedo trabajar.
Ahora me centraré en el blog por la mañana y entrenaré por la
tarde, intentando no derrochar demasiado dinero, si es que eso es
posible en Khaosan Road.
Veintinueve de mayo, ya no puedo demorarme más, el visado expira
hoy y además económicamente estoy entrando en crisis. Me voy a
Bangladesh con lo justo para las camisetas, esperando que la gente
las reciba con entusiasmo y puedan aportarme un capital que necesito
como agua de mayo.
Y hablando
de agua, el cielo se tiñe de gris para despedirme. Llueve, y parece
que no quiere parar, que el monzón ya está aquí, justo el día de
mi partida... Me alegra porqué siempre me gustó la lluvia. Sonrío,
me mojo, me empapo, recibiéndola como una bendición, como un
anhelado y ancestral rito de fertilidad que me hace sentir una vez
más la pulsión asiática. Soy tremendamente feliz, aunque el caos
creado me imposibilite despedirme de algunos amigos y casi perder el
avión.
Justo antes
de despegar un sentimiento agridulce se apodera de mi; Por un lado
estoy contento de empezar un episodio más de esta pequeña Odisea,
por otro me invade una profunda tristeza por toda la gente querida
que dejo atrás. Han sido algo más de cuatro meses muy intensos a
todos los niveles. Afortunadamente me llevo a muchos de ellos
conmigo, ya sea a través del blog o del grupo de Facebook. Sé que
siguen mis aventuras y me siento completamente arropado. Sin ninguna
duda regresaré algún día.
¡Hasta
pronto país de la gente sonriente!