La moto se
calienta durante el día, al igual que yo, que me quemo aunque use
crema solar factor 50. Definitivamente, tengo que hacerme con una
camisa de manga larga, aunque ello implique pasar más calor.
Mejor viajar
en las primeras horas de la mañana o cuando cae el sol. Aunque tengo
que decir que por primera vez estoy de acuerdo con las guías,
conducir de noche es mucho más peligroso. Los tailandeses tienen una
extraña y arraigada costumbre; conducir por el arcén sin importar
que sea por el carril contrario. Huelga decir en su defensa, que
muchas veces estos están en mejor estado que las propias carreteras
y si no fuera por los cocos y las piedras, que a menudo tienen el
tamaño de un balón de fútbol, diría que es el mejor sitio por el
que uno puede conducir su motocicleta. Dicho lo dicho, he de decir
que lo había visto hasta ahora en vehículos de dos ruedas, pero hoy
por hoy, puedo afirmar que lo hacen los coches, las pick ups y
también los camiones. Uno de éstos últimos sin luces, ya caído el
día.
Otras
curiosidades de la jornada en la carretera son: un accidente, una
pick up se despeñó por la mediana de la carretera, un perro
chafado, probablemente hace semanas y que nadie se molestó en
retirar y tres controles policiales. ¡Y todo ello en tan sólo 300
km!
La gente que
he encontrado por el camino se ha portado maravillosamente conmigo.
He comido el mejor green curry en meses, por sólo 30 baths, en un
puesto de carretera en el que pude comprobar que al alejarse de los
destinos turísticos, es difícil hablar inglés. Un conductor
tailandés se ha sentado a comer conmigo. Intercambiamos cuatro
palabras y nos comunicamos por el idioma universal de los signos y
las sonrisas. Lo invité a fumar. El correspondió con un saludo y
nos despedimos deseándonos suerte. Después proseguí mi camino, con
la anécdota de una familia muy simpática que me encontré al
repostar. Hacían toda clase de preguntas y reían sin parar. Llegué
a Hua Hin sobre las 21:30 de la noche, después de pasar casi todo el
día en la carretera.
Ahora estoy
en casa de Joy, con su familia y Sammer. Nos cuenta que es su casa de
veraneo, consistente en diferentes habitaciones, todas en planta baja
que rodean la cocina, junto a una especie de hall que hace las veces
de salón. Las foto de su padre, y la de los reyes presiden la
estancia. Conocemos a la madre, una mujer que se desvive por mostrar
su hospitalidad, a dos primas y a su hija, que vive cerca de Bangkok
con una de ellas. Me reencuentro con su hermano Jack, al que conocí
en Koh Tao, un tipo gracioso y muy honesto, aparte de un gran
aficionado a la guitarra. Aquí descubro que él también es policía,
ni más ni menos del Departamento de Inmigración. Cuesta imaginar un
personaje con tanta sensibilidad artística trabajando de policía en
nuestra encorsetada Europa. La hija de Joy, Cha Cha, es una hermosa
mujercita de siete años. Como todos los niños de su edad le encanta
jugar con los video-juegos de los teléfonos digitales, pero también
nos muestra sus habilidades con la danza y nos hace saber que desea
ser bailarina, provocando nuestras carcajadas y aplausos de
admiración.
Es
sorprendente ver como los chiquillos, al contrario que los adultos
tienen tan claros sus sueños. Una vez más, queda demostrada la
importancia de saber conectar con el niño interior. Me duermo
mientras pienso en la suerte que he tenido de conocerlos y medito
sobre mi primera jornada en el camino;
He disfrutado de unos paisajes estremecedores, estoy quemado, reventado, con el culo roto. Pero contento y feliz, por correr en pos de mi destino.
He disfrutado de unos paisajes estremecedores, estoy quemado, reventado, con el culo roto. Pero contento y feliz, por correr en pos de mi destino.
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