A la Bella Italia llegué por el puerto de Ancona, ciudad situada en
la región de Marche, a unos 210 kilómetros al noreste de
Roma, con uno de los puertos más importantes del Adriático, ya
desde época romana. Ancona significa literalmente codo, en griego
antiguo. Al parecer la ciudad fue fundada por exiliados de Siracusa,
hacia el siglo IV a.c.
Fue
un uno de Diciembre, sobre las diecinueve treinta horas, tarde para
las costumbres del país. El cambio de temperatura que iba a
acompañarme durante toda la travesía Itálica no se hizo esperar.
Además llovía cómo ya viene siendo una constante cada vez que me
da por cruzar una frontera. Sin pensar demasiado me apañé un
impermeable para mi y el equipaje con unas bolsas de basura grandes
que me facilitó un simpático amigo de la tripulación.
Al
desatar la bici constaté que el portaequipajes se hallaba
completamente roto. Las bridas metálicas no aguantaron la fuerza de
las cinchas con las que amarré la bici para la travesía. Lo apreté
todo como pude y me dispuse a salir del puerto cuanto antes.
Ese exagerado bamboleo de la bicicleta iba a convertirse en un nuevo compañero de viaje hasta mi llegada a Barcelona. Pero no adelantemos acontecimientos. Ante la lluvia, la incomodidad de la nueva sensación y lo adelantado de la jornada decido arribar a la estación de tren y recorrer con el caballo de hierro los 40 kilómetros que me separaban de Senigallia, mi primer destino italiano y donde me espera Giulia, una simpática profesora de español que ha vivido en España un montón de años.
En
menos de de media hora me planto allí. Senigallia es una pequeña
pero bellísima localidad de unos 40.000 habitantes que como no podía
ser de otra manera en Italia también tiene más de veinte siglos de
historia.
Giulia
me recibe con una cena estupenda, junto a su amiga María que también
da clases de lengua española en un instituto. Charlamos animadamente
hasta la medianoche y aunque es
sábado, el frío y el cansancio hacen que caiga rendido en mi cama
sin ningún tipo de remordimiento.
Al día siguiente Giulia me invita a un capuccino en la mejor cafetería de la ciudad.
Después comemos unos dulces
tradicionales y nos dirigimos a la fortaleza, La Rocca Roveresca.
La impresionante construcción fue levantada en el 1350 por el cardenal Albornoz con la intención de proteger a la ciudad de las incursiones turcas y expandida cien años más tarde por Segismundo Malatesta.
Al día siguiente Giulia me invita a un capuccino en la mejor cafetería de la ciudad.
¡Hacia el centro! |
Hace un frío tremendo pero el Capuccino nos espera |
Entrada principal |
La impresionante construcción fue levantada en el 1350 por el cardenal Albornoz con la intención de proteger a la ciudad de las incursiones turcas y expandida cien años más tarde por Segismundo Malatesta.
Hoy en día
podemos ver la reforma de Baccio Pontelli bajo las órdenes del
poderoso Giovanni Della Rovere, hermano del papa Julio II y padre del primer Duque de Urbino.
El antiguo foso convertido en un jardín |
Seguimos
charlando de todo un poco mientras me muestra los lugares más
encantadores de Senigallia, la biblioteca, las fantásticas iglesias y mis amadas plazas porticadas.
Entrada del centro de exposición fotográfica |
Chiesa della Croce |
Detalle del frontal barroco |
De vuelta a casa |
Aquí os dejo el enlace para los que no lo hayais visto.
Un pincho de Español
Llega el momento de partir. La próxima parada es Pesaro y allí me voy a alojar en casa de Francesca y su guapísima hija Asia.
Antes pero, Giulia y Stefano, me obsequian con una cata de pastas y un fantástico vino blanco que elabora la familia de éste último. Salgo a reventar, a cruzar la Marche con el estómago completamente lleno de esa comida deliciosa y el ánimo levantado. ¡¿Quién se acuerda ahora de las penurias pasadas durante el dengue?!
Llegar a Pesaro me tomará unas tres horas más o menos. Es una etapa sencilla, de tan sólo 44 kilómetros.
Harinezumi flirteando con la luz del Midi |
Aún y así, tengo que decir que es la primera etapa en la que paso realmente frío. El termómetro baja hasta los siete grados y cuando desaparece el sol, tanto las manos como los pies empiezan un proceso de congelación que por suerte no llega hasta el final. En el aspecto positivo destacar el hermoso paisaje, y al trascendental momento de encontrar el primer carril bici de toda la aventura. ¡Esto huele a civilización!
El cartel lo dice todo |
La dura vida del aventurero |
¡Por fin alguien se acuerda de los ciclistas! |
Llego Pesaro y lo primero es tomar un capuccino para entrar en calor. Ya recuperado me dedico a buscar el viale Venezia, que es donde vive Francesca. La temperatura es baja y el viento aumenta la sensación de frío, pero la belleza de la ciudad me mantiene distraido.
La Rocca Constanza de noche |
Tras una breve recorrido por la localidad, lo encuentro cerca de la playa. Se podría decir que se trata de una zona residencial, a juzgar por las casas que veo. Llamo, esperando no equivocarme, pues en el timbre figura otro nombre. Cruzo los dedos hasta que escucho ladrar a alguien que parece Tobia. Instantes después Francesca asoma sonriente por la ventana de la cocina.
No lo había comentado antes pero Tobia es el Boss de la casa, un auténtico macho alfa que cuida con esmero de sus dos chicas. Enseguida trabamos amistad y tras presentarle mis respetos me deja entrar en su guarida.
En la cocina de Tobia |
La casa de Tobia, permiteme Francesca, es muy bonita y acogedora. Dispongo una habitación en la buhardilla y un baño para mi solo. El jefe deja que sus chicas cuiden de mi, pues desgraciadamente he pillado un resfriado que me va a tener postrado en la cama al día siguiente. Como todavía lo ignoro disfruto de la cena que me preparan y de la botella de vino blanco que compré en una bodega cercana.
Amanece y lo dicho, sin clemencia. Toca cama y no se puede hacer nada. Descansar e ingerir cuantos más ajos y más agua mejor. Aprovecho para fumar menos, ya que para ello debo salir a la calle, y empezar a enfocar uno de los propósitos para el nuevo año. Convertirme en fumador social de fin de semana.
Al día siguiente me encuentro más recuperado. Por la mañana me doy una vuelta por Pesaro para hechar un vistazo.
En este país todo tiene un toque de decoro |
Animismo ancestral en lo cotidiano |
La Piazza del Popolo |
¡Parece una película de romanos! |
Venus en el escaparate |
Hermoso rincón "avolutado" |
Después de comer, Francesca me acompaña a comprar algo de ropa gruesa para poder continuar con la aventura. Necesitaré otros guantes, unas mallas y alguna especie de forro polar. En el supermercado lo encontramos todo a buen precio, para ser Europa, aunque la verdad es que no me acabo de acostumbrar a la carestía de absolutamente TODOS los productos.
Al regresar de las compras salimos a pasear a Tobia por el paseo marítimo.
Paseando a Tobia |
Francesca se deja llevar por la nostalgia y nos acercamos al puerto. Quiere mostrarme el sitio donde creció. Se trata de la antigua casa de sus abuelos, que por razones de esas que se dan en la vida tuvo que venderse. Ella sueña con poder adquirirla algún día y retirarse allí a tocar el piano. (Es una excelente pianista y cantante) El inmueble está enfrente mismo del agua, a unos cinco metros de donde varan los barcos de los pescadores. Nos asomamos indiscretamente a una de las ventanas y mientras me explica la distribución de la vivienda nos sorprenden los nuevos habitantes, teniendo que escabullirnos con rapidez.
Seguimos andando mientras me cuenta acerca de la gran fiesta anual que se monta allí mismo, Festa della Beatissima Vergine Maria della Scala del Porto. Se cree que data del siglo XVI y fue sin niguna duda la base del núcleo urbano y del actual mercado regional.
Barco de pesca |
Viejo amarre |
Antigua casa del puerto |
La puerta indiscreta |
Artilugios para las paradas de pescado |
Envueltos por la neblina de la memoria nos dejamos llevar por Tobia, que nos conduce de vuelta a casa mientras nuestras cabezas vuelan lejos de allí.
Esta noche vienen a cenar unos amigos de Francesca y aún tenemos que preparlo todo.
Al día siguiente me levanto con poco de resaca. La cena estuvo deliciosa como siempre, y lo pasamos bien charlando desenfadadamente hasta entrada la madrugada.
Es mi último día en Pesaro y me dedico a prepararlo todo tranquilamente. Mi próxima parada sera Castrocaro, un pequeño pueblecito a mitad de camino de Boloña.
Por la tarde salgo a pasear y por casualidad me encuentro con los amigos del Centro Cultural Sardo de Pesaro. Les cuento mi historia y me invitan a una copa de vino blanco mientras vamos desgranando anécdotas. Esta es la clase de cosas por las que vale la pena viajar.
Con los amigos del Centro Cultural Sardo de Pesaro |
Llego a casa de Tobia un poco entonado y nos disponemos a cenar. Esta noche viene Demetrio, un compañero del grupo de Teatro de Francesca. Pedimos pizza y brindamos con unas Franziskaner. ¡Por Pesaro, por Francesca, Asia y todos sus amigos!
6:30 AM. Después de tomar un ligero desayuno me preparo para partir. La etapa va a ser un poco larga, hasta Castrocaro hay 100 kilómetros y las temperaturas siguen descendiendo debido a la ola de frío que atraviesa el país. Me despido de mis nuevos amigos con cierta tristeza. Realmente me he sentido parte integrante de su familia y siempre les llevaré en mi corazón.
¡Hasta la próxima Pesaro!
No hay comentarios:
Publicar un comentario