Mi
entrada en Atenas se produce entre el aturdimiento provocado por el
accidente y la somnolencia debida a las altas horas de la madrugada.
El tren llega a la estación de Larissa a las 4:30 am. Cae una
llovizna de esa que te va calando lentamente. Debido a lo inesperado
de la situación no tengo arreglado ningún sitio donde dormir.
Abdul, un aprendiz de iman que da clases en una mezquita y al que he
conocido en el tren me invita a su casa. Es un verdadero santo, no
sólo por eso, sino porqué durante todo el trayecto veo cómo se
desvive para ayudar al resto de viajeros con sus maletas y equipajes.
Salimos
de la estación y empezamos a andar, sin tener claro si me lleva a su
piso, si éste es compartido o realmente vive solo. Abdul es
paquistaní. Su inglés no es demasiado fluido para ser del Indostan.
Lleva la friolera de siete años en Grecia esperando que le den la
nacionalidad para viajar a su país a ver a los suyos con garantías
de poder volver a Europa. Paramos a tomar un te y compramos unas
pastas de queso. Insiste en pagar. Al cabo de unos diez minutos
llegamos al local y ante mi sorpresa se trata de la misma mezquita
donde da las clases. Me cuenta que tan sólo él y el iman viven
allí de manera permanente. Me da un poco de corte, no quiero
molestar, pero Abdul insiste y realmente necesito un sitio donde
descansar.
Comemos
en el suelo tapizado de gruesa moqueta mientras el día va
despuntando. Después de la colación extendemos los sacos y los dos
caemos rendidos por el sueño.
Despierto
ya avanzada la jornada y me presentan al resto de la comunidad, que
básicamente se compone de cuatro o cinco miembros más. Me saludan
con cortesía, pero resulta evidente que les incomoda que esté ahí.
Por lo que veo se pasan la mayoría del día encerrados en la
habitación del iman visionando videos religiosos en youtube. Con el
turbante y el punjabi tienen pinta de célula terrorista y no
puedo dejar de preguntarme que hace una buena persona como Abdul
entre ellos.
La
misma tarde me contesta Nektaria, una de las solicitudes que envié
en couchsurfing y agradeciendo a mis amigos musulmanes su
hospitalidad me despido de ellos. Próxima parada, Exarchia, el
barrio anarquista de Atenas.
Llueve,
una somnolienta y dócil lluvia, como dice el poeta...
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Street Art I |
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Street Art II |
Transito por
las calles y empiezo a elaborar una teoría sobre las malas caras de
los atenienses. Basta con preguntar por una calle o una dirección
para constatarlo. La mayoría de ellos no se molestan ni en
contestarte.
Sólo
les he visto pasar, pero la policía ateniense tiene muy mala pinta,
así como sus punkis que parecen extras de una película de bárbaros
deseosos de asaltar las fronteras del imperio romano.
El ambiente que se respira en Exarchia es un
destilado que exhala interés e inquietud a partes iguales. El tono
apocalíptico es apabullante, yonkis, prostitutas, homeless
por doquier... Creo que no había visto nada así desde mi infancia
en aquella Barcelona canalla de los años ochenta.
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Calles de Atenas I |
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Calles de Atenas II |
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Calles de Atenas III |
Nektaria vive en un piso viejo pero bonito. Todos
sabemos que Grecia es un país donde la gente lo está pasando muy
mal a nivel económico, pero atención al precio del alquiler, ¡¡250
euros al mes!! ¡Por Dios que no estamos hablando de lo mismo... Con
ese dinero no encuentras ni una habitación en Barcelona y mucho
menos en un barrio tipo Gràcia!
Por primera vez en días empiezo a comer como es
debido. En Grecia mucha gente está por la alimentación orgánica y
se elaboran ellos mismos el pan, la pasta y hasta el aceite.
Al día siguiente decido llegarme a la Acrópolis. De
todos vosotros es conocida la poca simpatía que le tengo a pagar
entrada en los recintos turísticos y mi aversión por esta manera de
viajar enlatada y superficial. Hoy voy a hacer oídos sordos y la
vista gorda, todo lo que sea necesario para poder deleitarme con la
amada Atenas de Pericles.
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Estadio del Panathinaikos |
Por el camino confirmo mi teoría, la cara de perro
de los griegos es de antes de la crisis. Voy mal de pasta pero me
arriesgaría a decir que le doy 10 euros al primero que esboce una
sonrisa. Después de hacerme con una tarjeta de memoria para la
Harinezumi, me sumerjo en el suburbano y bajo en la estación del
mismo nombre; Acropoli.
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Metro Station |
Como es fácil de imaginar, la avenida que
conduce al santuario está plagada de vendedores ambulantes y locales
con precios desorbitantes, ofreciendo los mismos productos que
encontramos en todas las capitales de Europa. Sin embargo es otoño y
el día nublado y afortunadamente no hay demasiados seres “turistas”
Intento regatear con la taquillera, el precio es de 14 euros, lo que
me parece excesivo. Resulta que si conservara el carnet de la
universidad no tendría que pagar nada. Recuerdo una vez más al
malnacido nepalí que me hurtó la cartera. Pago y sin darle más
vueltas al asunto me sumerjo en el apasionante mundo de la antigua
polis. A medida que asciendo voy encontrando toda serie de
ruinas.
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Adicto a las incripciones |
La acrópolis era un terreno muy disputado en el que
cualquier cofradía, por llamarlo de alguna manera quería levantar
sus templos. A todo ello se suman teatros y reformas urbanísticas
que desde tiempos inmemoriales intentan ordenar el espacio. Aunque
enloquezco con el teatro de Dioniso mi interés se centra en ver el
Partenon, el Erecteión y mi favorito, el templo de Atenea Niké.
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Teatro de Dionisio |
Éste aparece al doblar la esquina de la muralla, en lo alto de esta.
Quedo completamente anonadado. Me siento en un rincón a contemplarlo
desde abajo. Intento obviar los chillidos de unos niños y las caras
de tontas de unas turistas rusas que no paran de echarse fotos de
esas... Yo aquí, Yo allí, Yo otra vez... Lo siento, sé que no
debería decir estas cosas y ustedes me disculparan, pero ¿Podría
alguien explicarles que se trata de un lugar sagrado? Y lo más
interesante, ¿De veras puedo pensar que habría alguna diferencia?
Así que con otra dosis de resignación sigo con mi ascensión.
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Amada Atenea Victoriosa |
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Pequeño pero matón |
Una
vez cruzado el Propileo mi próxima parada es el Erecteión. Un par
de turísticas asiáticas se fotografían frente a él. Intento
hacerme el simpático, sólo para constatar que mi sex appeal
debe haberse esfumado al entrar en la Unión. Definitivamente habrá
que volver a largarse pronto.
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Propileo en la entrada del recinto sagrado |
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Bosque de columnas |
Sin más distracciones me dedico al
templo y a entender y a gozar de la comprensión espacial de el
conjunto. El Partenon se encuentra a mis espaldas pero aunque ya lo
he visto de “rasquis” e intuyo su masa, aún no estoy por él. Me
deleito con la vista del Pireo, me imagino cómo el Arconte de turno
organizaba las defensa de la ciudad desde la colina. Es simplemente
impresionante...
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Las Cariátides |
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¿Estudias o trabajas? |
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Porche este con la ciudad al fondo |
Por último me doy la vuelta y allí está. Allí se
alza imponente, majestuoso, grandioso, colosal... ¿Qué más
adjetivos pueden describirlo?
Os dejo algunas de las fotos y me callo ya de una
vez.
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Vista desde el Propileo |
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Lado Este |
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Restos del Frontal Norte |
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Trabajos de restauración |
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Tres cuartos de la fachada Norte |
El sábado por la tarde quedo con Irini y sus amigos. Después de
cenar me llevan a un concierto en la Politeknika. El recinto está
abierto por la noche y por lo que me cuentan así sucede con todas
las universidades. Las bebidas son a precio popular y al cabo de un
rato deciden enseñarme la otra cara de la marcha ateniense.
Cambiamos de barrio y la estética punky deja paso a tacones
demasiado arriesgados y a microfaldas que casi no cubren nada. Me
temo que alguien va a coger un constipado en el sitio menos oportuno.
Entramos en un bar y pedimos una cerveza, que cuesta la friolera de 5
euros. La botella es grande eso si, y la compartimos con Chris.
Cuando la terminamos sale a comprar más y sin cortarse demasiado va
rellenando los vasos durante la noche.
Al cabo de unos días me encuentro completamente
restablecido de las rodillas y aunque la muñeca izquierda me sigue
doliendo me propongo salir hacia Patra. Debo cruzar el istmo de
Corinto y hacer un centenar de kilómetros más por el Peloponeso. De
Patra salen los ferrys hacia Italia y ese es mi objetivo ahora.
Como no he encontrado alojamiento en Corinto meto la
bici en un suburbano, 108 kilómetro en un día me parece más que suficiente.
Bajo en Kiato, y después de desayunar en un café local que parece
sacado de una película de Passolini, me dispongo a meter en cintura
a esos 108. La carretera discurre en torno al mar, el día es
soleado, el tráfico poco y los pueblos van pasando lentamente. El
único inconveniente son los dichosos perros otra vez. Hacia las dos
del mediodía me paro para fumar un cigarrito y sumergirme en esas
transparentes aguas que me tienen completamente cautivado.
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En mitad del camino |
Casi un
año sin tomar un baño en el mediterraneo y no podía encontrar un
sitio mejor. La temperatura del agua es bastante agradable, y noto
como todas las tensiones de mi cuerpo desaparecen en pocos minutos.
Me visto y sigo, hoy no hay tiempo que perder. Avanza la jornada y
lamentablemente la bici vuelve a funcionar mal. Las marchas saltan
constantemente y la cadena se sale cada cinco minutos. De esta guisa
avanzo unos 70 kilómetros hasta que harto de tanta dificultad y
maldiciendo a la bici y al perro turco me paro en una gasolinera
donde hay un camión volquete repostando. A lo tonto le pregunto si va hacia Patra y el conductor resulta ser un joven empresario con un
carácter muy abierto. Subimos la bici al volquete y me
obsequia con un zumo de naranja y unas galletas de chocolate. Gracias
a su ayuda llego a Patra con la caida del sol.
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Cruz griega en una pequeña capilla de Patra |
Catherine está hospedando a dos chicas, Yamina y
Lavania que se encuentran en Patra para asistir a un curso de danza.
La urbe tiene unos 250.000 habitantes y quedo totalmente
sorprendido cuando me dicen que es la tercera ciudad del país,
después de Athenas y Tesalónica.
Durante los días que faltan
para coger el ferry me dedico a reparar la bicicleta y probarla,
salgo con las chicas a nadar y Catherine nos lleva al rocódromo.
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En el rocódromo de Patra |
Otra de las tardes, Dimitri nos invita a una clase de baile en un
centro social. Según me cuenta, la tarifa es de diez euros por todo
el año y realizan toda clase de actividades. Una vez más constato
que no todo es como nos cuentan. Así transcurren mis últimos días
en el país heleno. Tengo que admitir que me ha sabido a poco, que me
ha cautivado, que volveré para subir a Delfos desde el mar en un día
de bruma, para recoger unas ramitas de laurel y tantas y tantas otras
cosas. Sin pensarlo me meto por la puerta de acceso al ferry y amarro la bicicleta en un
lado del gigantesco garaje completamente repleto de caminones.
Hasta la vista Grecia, Itália
me está esperando.
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