Helena
Bizancio, romana Constantinopla de infranqueables muros, Istanbul
plagada de exotismos. Tres nombres para una ciudad milenaria bañada
por el Mármara, en las dos orillas del Bósforo, una de las más
bellas y pobladas de Europa, con un área metropolitana que alberga
unos dieciocho millones de personas.
Llegué
al Ataturk International Airport
un martes por la mañana con aire distraído y
vistiendo aún shorts y
sandalias, como si quisiera obviar la inminente llegada del invierno
europeo. Otro factor de choque importante resultó el cambio, la lira
turca equivale a medio dólar y tengo que decir que los precios,
sobre todo los del transporte son especialmente elevados. Tal y como
me había indicado Tuti, la chica que iba a hospedarme en su casa,
cogí un taxi que por unos quince minutos de trayecto me cobró doce
de las anteriormente mencionadas “tela”
El apartamento de Tuti se halla en el barrio de Floria,
uno de los más “posh” de la ciudad, cerca del aeropuerto
europeo, en un vecindario plagado de Ferraris y Lamborghinis. Se trata
de una planta baja con un pequeño jardín comunitario que le da una
tranquilidad asombrosa. El sitio es extremadamente tranquilo,
inmejorable para preparar la segunda parte de mi Odisea. Me recibe
de una manera calurosa y cordial, instándome a sentirme como en mi
propia casa. Tuti estudia magisterio de inglés en la universidad y
como no podía ser de otro modo su nivel es más que fluent
afortunadamente para mi. Su novio Andy, así como la mayoría de sus
amigos son profesores de inglés, y al contrario de lo que pasa en la
calle no tengo ningún problema de comunicación. Aún y así hay que
decir que la gran mayoría de los habitantes de Istanbul y
alrededores se esfuerzan por entenderte y hacerse entender.
Gracias a todo esto, en menos de tres o cuatro días ya
dispongo de nuevas ropas y me hecho con una bicicleta nueva, después
de comprobar la lentitud del mercado on-line de segunda mano. La
nueva montura me ha costado menos de 110 euros, un precio más que
aceptable, para una bicicleta de prestaciones medias con la que
espero alcanzar mi amada ciudad Condal.
Aya Sofya |
Mientras realizo algunas
modificaciones y adquiero todo el material necesario para la
aventura, me dejo por llevar por la ciudad de la mano de Sezen, quien
me muestra sus lugares más bonitos y emblemáticos: Taksim, Gálata,
Sultan Amhet, Sirkeci, el Bósforo...
La torre Gálata |
Tienda de instrumentos tradicionales |
Street Art en Istanbul |
Con Sezen en la parte asiática y el Bósforo de fondo |
Istanbul es una ciudad hermosa, que sin duda te atrapa por su belleza salpicada de ese aroma oriental que hizo las delicias de tantos y tantos viajeros. Si no fuera por la gran cantidad de tráfico y lo caro y lento que resulta desplazarse consideraría seriamente vivir aquí durante una temporada. De vocación secular y claramente europea, el trabajo de Kemal Atatürk, al que muchos turcos consideran un segundo padre, se deja notar por cualquiera de los barrios de la ciudad.
Ferry atracando en el muelle de Sirkeci |
Y con todo esto llega mi aniversario, mediado
noviembre. Son ya 37 primaveras, que me sorprenden en la mitad de mi
trayecto, a caballo entre Asia y Europa. ¡Quien me lo hubiera dicho
hace tan sólo un año! Paso la velada con mis nuevos amigos tomando
unas cervezas, hablando de poesía con Solomon y Andy, que me animan
a empezar la traducción de algunos de mis escritos al inglés.
Al día siguiente, con las mieles de la pasión turca
aún en mis labios inicio la tarea, bajo el título de “Verses
of Rain in a Sunny day” del que os ofrezco una muestra a
continuación y espero que muy pronto pueda ver la luz.
It
rains,
somewhere
in my heart,
in
the winding streets
of
my mistakes.
It
rains,
although
the sun rises,
for
a few endless moments
while
the days are saying goodbye.
It
rains,
when
you're not here but I love you
or
I see you in my dreams,
when
I still remember your lips.
Memorias borrosas |
Empieza la semana y todo está listo
para partir. Me despido de mis queridos amigos una vez más,
dirigiendome hacia la frontera sin saber muy bien aún si cruzar a
Grecia o a Bulgaria. El mismo viaje será el encargado de decidir
hacia dónde dirigiré mis pasos. Görüşürüz Istanbul!
On the road again!! |
Salir del area metropolitana de Istanbul me toma unas 4 horas más o
menos, casi todo es cuesta arriba y parece que nunca se acabe. Por el
camino algunas buenas gentes me paran y me ofrecen te mientras les
cuento mi historia.
Ya caída la noche consigo llegar a Küçükçekmece, apenas 50
kilómetros pero ha sido duro. En la localidad sólo hay tres
hoteles, el más barato de los cuales cuesta 50 euros la noche.
Obviamente está fuera de mi presupuesto así que voy dando vueltas
con la esperanza de encontrar un sitio más barato. Ceno en un
pequeño café con un cobertizo de plástico y pregunto a los
propietarios. Nadie habla inglés pero al final me acaban diciendo
que no voy a encontrar nada en toda la ciudad. Les pregunto si les
importa que duerma en el suelo del cobertizo de plástico. Dicen que
si con algún recelo. Al cabo de unas horas, cuando ya estaba
durmiendo la dueña, una mujer parecida a las brujas de los cuentos
aparece con un pequeño papelito en el que hay una cantidad escrita.
¡Me pide 40 liras turcas por dormir en el suelo y en la calle! Yo
estoy medio dormido y la humedad y el frío me atenazan así que de
mala gana le suelto 24, diciéndole que es todo cuanto tengo. Me
enfado conmigo mismo por ceder a su chantaje y decido que de ahora en
adelante seré un poco más duro con este tipo de situaciones.
Por la mañana me levanto con el sol y una vez preparado todo parto
sin más dilación. No quiero volver a ver a esa bruja otra vez.
El paisaje va
mejorando poco a poco, se va ruralizando kilómetro
a kilómetro, mientras aún discurre por el lado del mar. Decido
dirigirme a Çorlu, conservando aún el enigma pero enfocando más
hacia Bulgaria. Paso todo el día pedaleando, la friolera de 80
kilómetros, lo cual me sorprende a mi mismo.
Sin poder ni andar. los chicos del Istanbul Bisiklet Club me recogen a 3
km de la ciudad. Me dan de comer, de beber y montan una pequeña
fiesta en mi honor. Son una gente fantástica y al final de la noche
me hospedo en casa de Mustafá, uno de sus socios.
Istanbul Bisiklet Club de Çorlu |
Al día siguiente me
regalan un tradicional desayuno turco antes de salir, ya convencido,
hacía la frontera griega. Mustafá trabajó conduciendo trailers
durante más de diez años y conoce las rutas europeas, por lo cual
decido seguir sus indicaciones.
125 Kilómetros me dejan
a 26 de la frontera. Paso la última noche en una pensión en la que
el propietario me rebaja en precio a 20 liras.
Cuarto día. después de un prólogo de 32 km antes de desayunar, el último perro turco se cruza en medio de mi camino ante la mirada perpleja de los militares del puesto de control. Se venía venir, durante todos estos días trataron de alcanzarme. No sé si no les gusta mi cara, la bicicleta o la guitarra. El choque es contundente, vuelo más de cinco metros por los aires mientras el perro no cesa de quejarse de dolor. Me incorporo con las rodillas sangrando y estampo mi botella de agua en su cara mientras le maldigo en catalán. Los militares llegan corriendo, deben tener como máximo veinticinco años. Les lanzo un órdago mientras me observan atónitos con el fusil en la mano. ¿Cómo es posible que en un sitio de tránsito tengan dos perros tan grandes desatados? Para variar ni palabra de inglés...
Cruzo como
puedo la frontera pensando en un café con leche y en limpiarme
enseguida las heridas. Después de más de diez meses piso de nuevo
suelo comunitario.
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