domingo, 25 de noviembre de 2012

La pasión turca


Helena Bizancio, romana Constantinopla de infranqueables muros, Istanbul plagada de exotismos. Tres nombres para una ciudad milenaria bañada por el Mármara, en las dos orillas del Bósforo, una de las más bellas y pobladas de Europa, con un área metropolitana que alberga unos dieciocho millones de personas.



Llegué al Ataturk International Airport un martes por la mañana con aire distraído y vistiendo aún shorts y sandalias, como si quisiera obviar la inminente llegada del invierno europeo. Otro factor de choque importante resultó el cambio, la lira turca equivale a medio dólar y tengo que decir que los precios, sobre todo los del transporte son especialmente elevados. Tal y como me había indicado Tuti, la chica que iba a hospedarme en su casa, cogí un taxi que por unos quince minutos de trayecto me cobró doce de las anteriormente mencionadas “tela”

El apartamento de Tuti se halla en el barrio de Floria, uno de los más “posh” de la ciudad, cerca del aeropuerto europeo, en un vecindario plagado de Ferraris y Lamborghinis. Se trata de una planta baja con un pequeño jardín comunitario que le da una tranquilidad asombrosa. El sitio es extremadamente tranquilo, inmejorable para preparar la segunda parte de mi Odisea. Me recibe de una manera calurosa y cordial, instándome a sentirme como en mi propia casa. Tuti estudia magisterio de inglés en la universidad y como no podía ser de otro modo su nivel es más que fluent afortunadamente para mi. Su novio Andy, así como la mayoría de sus amigos son profesores de inglés, y al contrario de lo que pasa en la calle no tengo ningún problema de comunicación. Aún y así hay que decir que la gran mayoría de los habitantes de Istanbul y alrededores se esfuerzan por entenderte y hacerse entender.

Gracias a todo esto, en menos de tres o cuatro días ya dispongo de nuevas ropas y me hecho con una bicicleta nueva, después de comprobar la lentitud del mercado on-line de segunda mano. La nueva montura me ha costado menos de 110 euros, un precio más que aceptable, para una bicicleta de prestaciones medias con la que espero alcanzar mi amada ciudad Condal. 


Aya Sofya
 
Mientras realizo algunas modificaciones y adquiero todo el material necesario para la aventura, me dejo por llevar por la ciudad de la mano de Sezen, quien me muestra sus lugares más bonitos y emblemáticos: Taksim, Gálata, Sultan Amhet, Sirkeci, el Bósforo...


La torre Gálata

Tienda de instrumentos tradicionales

Street Art en Istanbul


Con Sezen en la parte asiática y el Bósforo de fondo

 Istanbul es una ciudad hermosa, que sin duda te atrapa por su belleza salpicada de ese aroma oriental que hizo las delicias de tantos y tantos viajeros. Si no fuera por la gran cantidad de tráfico y lo caro y lento que resulta desplazarse consideraría seriamente vivir aquí durante una temporada. De vocación secular y claramente europea, el trabajo de Kemal Atatürk, al que muchos turcos consideran un segundo padre, se deja notar por cualquiera de los barrios de la ciudad. 




Bajando de Galata a Sirkeci
 


Vendedor ambulante


Mercado del  pescado


Ferry atracando en el muelle de Sirkeci

Y con todo esto llega mi aniversario, mediado noviembre. Son ya 37 primaveras, que me sorprenden en la mitad de mi trayecto, a caballo entre Asia y Europa. ¡Quien me lo hubiera dicho hace tan sólo un año! Paso la velada con mis nuevos amigos tomando unas cervezas, hablando de poesía con Solomon y Andy, que me animan a empezar la traducción de algunos de mis escritos al inglés.
Al día siguiente, con las mieles de la pasión turca aún en mis labios inicio la tarea, bajo el título de “Verses of Rain in a Sunny day” del que os ofrezco una muestra a continuación y espero que muy pronto pueda ver la luz.


It rains,
somewhere in my heart,
in the winding streets
of my mistakes.

It rains,
although the sun rises,
for a few endless moments
while the days are saying goodbye.

It rains,
when you're not here but I love you
or I see you in my dreams,
when I still remember your lips.


Memorias borrosas

Empieza la semana y todo está listo para partir. Me despido de mis queridos amigos una vez más, dirigiendome hacia la frontera sin saber muy bien aún si cruzar a Grecia o a Bulgaria. El mismo viaje será el encargado de decidir hacia dónde dirigiré mis pasos.  Görüşürüz Istanbul! 
 

On the road again!!

Salir del area metropolitana de Istanbul me toma unas 4 horas más o menos, casi todo es cuesta arriba y parece que nunca se acabe. Por el camino algunas buenas gentes me paran y me ofrecen te mientras les cuento mi historia. 

Ya caída la noche consigo llegar a Küçükçekmece, apenas 50 kilómetros pero ha sido duro. En la localidad sólo hay tres hoteles, el más barato de los cuales cuesta 50 euros la noche. Obviamente está fuera de mi presupuesto así que voy dando vueltas con la esperanza de encontrar un sitio más barato. Ceno en un pequeño café con un cobertizo de plástico y pregunto a los propietarios. Nadie habla inglés pero al final me acaban diciendo que no voy a encontrar nada en toda la ciudad. Les pregunto si les importa que duerma en el suelo del cobertizo de plástico. Dicen que si con algún recelo. Al cabo de unas horas, cuando ya estaba durmiendo la dueña, una mujer parecida a las brujas de los cuentos aparece con un pequeño papelito en el que hay una cantidad escrita. ¡Me pide 40 liras turcas por dormir en el suelo y en la calle! Yo estoy medio dormido y la humedad y el frío me atenazan así que de mala gana le suelto 24, diciéndole que es todo cuanto tengo. Me enfado conmigo mismo por ceder a su chantaje y decido que de ahora en adelante seré un poco más duro con este tipo de situaciones.

Por la mañana me levanto con el sol y una vez preparado todo parto sin más dilación. No quiero volver a ver a esa bruja otra vez.
El paisaje va mejorando poco a poco, se va ruralizando kilómetro a kilómetro, mientras aún discurre por el lado del mar. Decido dirigirme a Çorlu, conservando aún el enigma pero enfocando más hacia Bulgaria. Paso todo el día pedaleando, la friolera de 80 kilómetros, lo cual me sorprende a mi mismo
Sin poder ni andar. los chicos del Istanbul Bisiklet Club me recogen a 3 km de la ciudad. Me dan de comer, de beber y montan una pequeña fiesta en mi honor. Son una gente fantástica y al final de la noche me hospedo en casa de Mustafá, uno de sus socios.


Istanbul Bisiklet Club de Çorlu

Al día siguiente me regalan un tradicional desayuno turco antes de salir, ya convencido, hacía la frontera griega. Mustafá trabajó conduciendo trailers durante más de diez años y conoce las rutas europeas, por lo cual decido seguir sus indicaciones.

125 Kilómetros me dejan a 26 de la frontera. Paso la última noche en una pensión en la que el propietario me rebaja en precio a 20 liras.
Cuarto día. después de un prólogo de 32 km antes de desayunar, el último perro turco se cruza en medio de mi camino ante la mirada perpleja de los militares del puesto de control. Se venía venir, durante todos estos días trataron de alcanzarme. No sé si no les gusta mi cara, la bicicleta o la guitarra. El choque es contundente, vuelo más de cinco metros por los aires mientras el perro no cesa de quejarse de dolor. Me incorporo con las rodillas sangrando y estampo mi botella de agua en su cara mientras le maldigo en catalán. Los militares llegan corriendo, deben tener como máximo veinticinco años. Les lanzo un órdago mientras me observan atónitos con el fusil en la mano. ¿Cómo es posible que en un sitio de tránsito tengan dos perros tan grandes desatados? Para variar ni palabra de inglés...
Cruzo como puedo la frontera pensando en un café con leche y en limpiarme enseguida las heridas. Después de más de diez meses piso de nuevo suelo comunitario.


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